Desde ciertos ambientes de las cloacas de España está ganando fuerza apostar por Pere Aragonés como el referente del nuevo independentismo en Cataluña. Nacido en el seno de una familia franquista, con un pasado oscuro – incluido derrumbe en los 60 con decenas de muertos – fue el parlamentario más joven en el Parlament de Cataluña.
Es un personaje que nunca ha trabajado más allá de la política. Las ayudas familiares, dueños entre otros de hoteles, a la causa siempre fueron un impulso imprescindible para su acelerada carrera. Cero experiencia profesional aunque al mando de la economía catalana. Saben aquellos que lo vitorean que vuela donde mejor vaya el viento. Un día independentista, al día siguiente constitucionalista, e incluso, con un poco de tiempo, podría ser hasta un buen español.
Pere Aragonés tiene que demostrar a su entorno que es capaz de hacer cosas sin contar con la familia. Y cuando uno tiene pocas facilidades para gestionar, siempre puede jugar con las palabras para rotular el camino. Ese juego, para algunos insulso, es la base donde se apoyan aquellos españoles, especifiquemos de Madrid, necesitados de un referente en Cataluña. Unos y otros se equivocan.
No porque el personaje sea fácilmente moldeable, sino porque, simplemente, sería mantener vivo el status de 100 años en Cataluña. Las familias de toda la vida habrían logrado su objetivo: otra generación al mando de Cataluña. Con el Rey, con la República, con Franco y con la Democracia. Aunque quizás, al final lo que mucho español de Madrid quiere es eso. Que nada cambie en Cataluña y que todo siga como hace 100 años. Y en eso el mejor es Aragonés. Quizás lo quieren porque ellos son también los que llevan 100 años en España y que mejor para entenderse que la experiencia y al profunda amistad familiar.