Si existe un hecho fehaciente, constatado, de extraordinaria gravedad, en la España de los últimos años, ese es, sin duda alguna, la agonía lenta e inexorable de la clase media. Estamos a tan solo unos pocos pasos de su completa desaparición y muerte. Y eso supondría la derrota de la democracia. Aunque algunos no lo puedan o quieran entender, la democracia nace en el seno de la clase media; nunca de las clases altas, allí la dictadura; nunca de las más bajas, allí la revolución.
La clase media en España, como en la mayoría de países, se nutre de tres colectivos muy bien definidos: los autónomos o pequeños empresarios, los funcionarios del Estado, y los trabajadores de empresas medias y grandes. Cuando uno de estos tres colectivos se desmorona, el riesgo de hundimiento de la clase media se dispara exponencialmente. Una sociedad con una alta dependencia de ese primer colectivo supone el mayor de los riesgos. Sin autónomos o pequeños empresarios los recursos del Estado disminuyen, y, por ende, las opciones de mantener un cuerpo estable de funcionarios. No es necesario decir que en una economía en recesión los trabajadores de las grandes y medianas empresa disminuyen.
Es obvio, por lo tanto, que la clave para mantener la clase media en España implica potenciar necesariamente el segmento de autónomos y pequeñas empresas. Todo un paradigma, porque precisamente son los más perseguidos, los más desfavorecidos, los menos atendidos, tanto por el propio Estado, en modo Hacienda y Tesorería General de la Seguridad Social (TGSS), como por las grandes empresas, en modo bancos. Estos curiosamente constituyen la tipología de empresas que más concursos de acreedores, suspensiones de pagos para neófitos, han colocado en el mercado. Su función es asfixiar a todo aquel que sale de las normas.
Ambos, el Estado, en su concepto más amplio, y las grandes corporaciones, en la reducción de las entidades de financiación bancaria, equivocan sus tiros. Sin una clase media sostenida por los autónomos y las pequeñas empresas el estado del bienestar se desploma. La democracia desaparece. Y cuando la democracia desaparece en un Estado moderno tenemos dos alternativas, o la dictadura o la revolución.
La economía, al fin y al cabo, es una ciencia social bien sencilla. Simplemente hay que ver quién genera valor y quién gasta ese valor. Entonces, todo pasa por potenciar a los primeros y controlar a los segundos en su justa medida. Un país sin emprendedores, autónomos o pequeños empresarios, es un país destinado al fracaso. Un país lleno de funcionarios o trabajadores de grandes corporaciones está destinado a la ruina. Los primeros, nunca lo olvidemos, mantienen a los segundos.
La pervivencia de la clase media no es solo la única forma de asegurar la democracia, en contraposición a dictaduras y revoluciones, sino que es también el seguro que evita que un país termine a merced de la podredumbre de unos pocos. Ahora, en plena campaña electoral, resulta curioso constatar que prácticamente ningún partido ha entendido o realizado esa lectura. Por eso algunos creemos que esto no va ya de izquierdas o de derechas sino de mantener la democracia en España. Nunca debemos olvidar que estos han sido los 40 años más tranquilos y prósperos de nuestra historia.