Entre las bambalinas de los que algún día fuimos estudiosos se hablaba de todo. Debió ser hace más de una decena de años, quizá más de veinte, cuando entre conversación y conversación platicamos, que bonita palabra, sobre si la belleza se había convertido en el ascensor social de muchas mujeres. Estudiar el tema era, y por qué no decirlo, aún es, tan complicado como estandarizar la belleza en un baremo racional.
Por eso, a veces, los datos deben sustituirse por la intuición. Y las frases, los discursos, complicados y hasta aburridos, por simples teorías cercanas a la conversación de bar. Más en la España actual, donde hablar de la belleza femenina puede convertirse en un ataque a la tendencia maximalista del feminismo. Ya ven, algunas contraponen belleza a inteligencia, y precisamente quien suscribe estas palabras siempre ha pensando que las mujeres, parezcan o no bellas, están más dotadas para la inteligencia que el hombre.
Hace esos más de veinte años nos preguntábamos por qué las chicas más bellas parecían tener más dinero. Partíamos de la premisa de la elección del capital de la belleza, o mejor dicho: de la belleza que elegía el capital. Pensemos, como ejemplo, en los jugadores de fútbol, sin cuya profesión, difícilmente hubieran podido relacionarse con mujeres que no debemos dudar en calificar de bellas. No olvidemos nunca que la caza, expresión bastante desafortunada, ciertamente, siempre fue de la mujer al hombre, nunca del hombre a la mujer.
Esa ponderación de la belleza como ascensor social no está tan clara en sociedades más cerradas, históricamente previas a la revolución industrial. Las relaciones entre las clases sociales no contaban tanto con la belleza; no existía aún el París de las Luces —considerando ese período el de la implantación de la luz de gas en 1830—, sino más con el capital, o las tierras. Incluso podríamos decir que no existía el denominado ascensor social. En el más favorable de los casos unas escaleras empinadas desembocando en un rellano lleno de puertas cerradas.
Quizá por eso en el siglo XX, y cómo no, en el XXI, la mujer seguirá siendo la gran protagonista social del territorio. Echen un vistazo a su alrededor, miren las revistas, las imágenes de los famosos. Mírenles a ellos y a ellas. Y piensen en el titular del artículo. Coméntenlo con sus amigos. Jueguen a hablar, a intercambiar, a pensar. Al final las lecturas no deben servir más que para imaginar.
Aquí no aseveramos nada, no sentamos cátedra, así que no entiendan esta columna más que como la transformación de una nocturna conversación de bar mantenida veinte años atrás en una realidad cotidiana. Quizá hace 100 años la gente hablaba de temas inteligentes en los cafés; ahora, un siglo después, hasta las conversaciones de bar, las columnas en prensa, pueden generar preguntas y teorías cuando menos susceptibles de ser discutidas en una hora, en un día, pero siempre, nunca lo olvidemos, en un lugar tranquilo.