Tras escribir sobre los shows de Sánchez Gordillo, el alcalde de Marinaleda, la verdad, me había propuesto plantear unas breves ideas sobre la junta directiva del Barça. Confieso que tenía un planteamiento claro y sencillo. Pensaba en algo como introducir los nombres de los directivos en Google o en alguna hemeroteca para comprobar hasta que punto “eran suficiente pudientes para el cargo antes, o fueron pudientes sólo después de tener el cargo”. En mi inocencia –-ya saben uno siempre piensa desde la mirada de un niño–, lo que pretendía era mirar cuatro datos en Internet y poco más.
Cual general romano allá por los albores del siglo I, cometí un craso error. Hace unos horas, empecé a introducir los nombres de los veinte miembros de la junta del F.C. Barcelona –-extraídos de la web del club e incluyendo su presidente Sandro Rosell i Feliu-– y no había ni cuatro datos. Para mi sorpresa –-o no-– la mayoría de los miembros eran auténticos invisibles a la sociedad antes de pertenecer a la junta directiva del F.C. Barcelona. Es más, casi todos aparecen en las hemerotecas –-La Vanguardia como fuente primaria– por primera vez gracias a su vinculación con el club –-entre ellos, por cierto, Sandro Rosell–.
De forma curiosa, aparecen historias paralelas en algunas webs –-según leo, alimentadas en algún caso por partidarios del antiguo presidente del club, Joan Laporta-– sobre extraños asuntos rumanos, denuncias, comisiones, ventas de empresas, patrocinios, beneficios, y algún elemento más, que realmente –-de ser todos ciertos-– casi validaría a Fèlix Millet como un candidato futuro válido.
Creo que a nadie se le escapa que el F.C. Barcelona es un referente principal de cohesión en el país. En ese sentido, es un preciado tesoro donde muchos quieren participar y pocos pueden acceder. Tristemente lo quieren no sólo para ayudar al club de forma desinteresada, sino más bien con un interés económico más que social. Nadie duda que, si se decía que en el palco del Santiago Bernabeu se hacían los mejores negocios de la capital, sucede algo muy parecido en los palcos del Camp Nou.
No entraremos en detalles supuestamente turbios, que son más propios de los socios que de esta columna. Pero, quizás, si es importante que la junta directiva que lanzó, en septiembre del 2010, un código ético mantenga una línea de transparencia en sus actuaciones y, sobre todo, en los usos que hace del club. Lo que exigimos a los políticos deberíamos exigirlo también a los miembros de la junta del F.C. Barcelona, y, por ende, de cualquier club profesional. Más si cabe aún porque siempre subrayan su dedicación al proyecto de forma altruista.
En ese sentido sería exigible una declaración de bienes de todos los miembros de la junta directiva en su toma de posesión y un compromiso de actualización anual mientras sean miembros. No es de recibo que los rumores sobre usos particulares y/o negocios paralelos, intoxiquen una entidad centenaria como el F.C. Barcelona donde mucha gente deposita sus ilusiones y esperanzas. No es coherente que un buen número de miembros de la junta –-ésta y anteriores-– la hayan utilizado como una plataforma personal para sus empresas o actividades. No es aceptable que sus miembros salten listas de esperas de abonados por el simple hecho de ser los que mandan.
Seamos francos, ¿cuántos miembros de la actual junta serían seres invisibles –-esos que vuelan en aviones normales y no en jets privados, esos que pagan religiosamente el abono anual del club o, peor, que tienen de esperar años para obtenerlo–? Empresas mediocres han saltado a la fama por el simple hecho de que algún miembro forma parte de la dirección del club. El Barcelona abre puertas y algunos saben bien aprovecharlo.
Son demasiadas cosas que “en lo público” deberían no sólo cuidarse sino educarse para el futuro. Este club ha sido pionero en muchos temas, y debe ser un adalid en la transparencia de los clubes de fútbol. Todos somos conscientes que entrar en un ámbito como una junta directiva conduce a nuevos contactos, y porque no, a nuevos negocios. Pero esa consciencia no debe engañarnos en la línea que algún directivo entre ya con ese deseo de notoriedad y economización” de su actividad, en principio altruista.
No significa eso que los directivos deben ser millonarios con tiempo libre para dedicarse al club. Pero tampoco es sano que gente, en algunos casos con una limitación bien manifiesta para todo aquello que no sea trepar en la escala social, aproveche indignamente su cargo para aumentar sus negocios, y darse una notoriedad por encima de los 100.000 socios. Quien quiera jugar a directivo debe ser, por tanto, transparente al 100% y anualmente declarar sus bienes ante la entidad para que cualquier socio y simpatizante pueda ver que su único fin es ayudar al club.
Hoy hay fiesta, pero mañana toca decidir quién está aquí por el bien de la entidad, y quién está por su propio bien. Son veinte personas que deben decidir si apuestan por la transparencia o siguen generando las dudas de cualquier búsqueda vulgar en la red donde aparecen cosas turbias, muy turbias. Y, aún, suerte que no aparece todo lo que podría aparecer. En sus manos y decisiones está dar ese paso de gigante, y no esperar que –-quizás por guerras internas y ahora hay muchas en esa junta-– veamos más casos como el del Palau en este país.
Más de uno se llevará las manos a la cabeza de los cambios –-si se atreven a presentar esa declaración de bienes y actividades reales-– de algún directivo. Como en política, aquí tampoco es sano que ser de la junta directiva del F.C. Barcelona, a lo Gran Hermano, haya sido la mejor inversión de algunos.