Quien se haya sentido atraído por el independentismo a lo largo de estos años habrá podido comprobar que la ideología que les anima y predican es la síntesis de todos los bienes de la humanidad. No solo por su concepción tan democrática, sino por la supuesta plasmación de la distribución de la riqueza sobre el territorio. El famoso helado para todos era, a modo de ejemplo, la constatación de un sentimiento igualitario único en el mundo.
La realidad, como bien pueden imaginar, es otra bien distinta. Detrás de esa supuesta garantía de los valores del mundo occidental, casi podríamos decir mundial, por sus simpatías a otras culturas antes que a la española, encontramos algunos datos sobrecogedores. Para ir por partes y sin pretender ser excesivamente excelsos vamos a quedarnos solo con algunos detalles. Como verán son cuando menos perturbadores.
En Cataluña hay corrupción institucional. Mucha. No ya solo el famoso 3% de las mordidas, sino una que podríamos denominar familiar, de clase. Existen lugares donde solo se entra si eres de la “famiglia”. Es una forma sutil de cerrar el paso, porque nadie pone una lista, nadie prohibe a nadie; simplemente los mecanismos actúan de modo que solo gente muy afín conozca la existencia o licitación de esa plaza, o sea promovida para ocupar ese puesto. Es aquello tan típico de los periodistas malos. Ya saben a qué me refiero… Aquellos que dicen que nunca les han censurado un artículo pero que olvidan que si escribieran artículos censurables no estarían nunca contratados en ese medio. Lo que podríamos considerar “lo público catalán” es como aquel medio donde nadie es censurado ni contratado a dedo, pero en el cual quien no comulga nunca está ni nunca estará.
Podemos avanzar más en este breve repaso a la Cataluña idílica vista a vuelapluma. La religión siempre ha sido, nunca mejor dicho, un hilo conductor del independentismo. El lugar sagrado es Montserrat. Allí se han forjado grandes momentos de la historia de la Cataluña moderna. Y por lo visto también se han perpetrado algunos de los tocamientos a menores más vergonzantes del país. El independentismo confirma esa superioridad moral —no sólo cultural, sino también espiritual—, en forma de pederastia. Así que espero que no sean ellos los que me arrojen la primera piedra. Unos casos escandalosos que, huelga decirlo, están siendo tratados de una forma muy magnánima por la prensa del régimen.
Al independentismo, a la hora de adherirse a todo aquello que pueda dignificarlo, siempre le quedan las grandes causas públicas. Y, cómo no, abrazó el feminismo como forma de diferenciarse de una España supuestamente machista. Quién iba a decir que toda una secretaría general del partido más kumbayá y más megaguay del movimiento secesionista catalán —me refiero, como imaginarán, a Mireia Boya, secretaria nacional de la CUP— iba a dimitir por acoso de un compañero de su propio partido. Estas cosas realmente sólo pasan en Cataluña. Al final, y en resumidas cuentas, la Cataluña de los independentistas suma corruptos, pederastas y acosadores. Algo lamentablemente presente en todas las sociedades.
Aquí, de todos modos, con un pequeño matiz diferencial —¡Ah, cómo nos gusta lo diferencial a los catalanes!—, porque todos estos forman parte del cuerpo principal, del núcleo que ha alentado y promovido el independentismo. Todo un síntoma de que en el caso de Cataluña toca hacer política, y mucha, pero sobre todo toca hacer una limpieza de la sociedad que requerirá de unos cuantos decenios. Los procesados en el juicio no deberían ser los únicos encausados. El inmenso daño infligido a Cataluña y a todos los catalanes, incluidos los independentistas, es posible solo porque al mando de esta tropa se han puesto unos enfermos con graves problemas morales, éticos y psicológicos. Y créanme, Cataluña no se merece un final así de ningún modo.